Si aún no oíste hablar de disruptores endocrinos, llegó el momento. Si ya sabes de que van, puedes quedarte por si descubres algo que resulte muy beneficioso para tí y tu entorno. Y si sufres de hipocondría, ves pidiendo hora con tu psicólog@.
Los últimos años vivimos un incremento exponencial de patologías, que apenas conocieron nuestros abuelos. Convivimos cada día con sustancias químicas que alteran el funcionamiento normal del organismo, disruptores y otros venenos permitidos.
Compartimos los mismos genes que los Neanderthales, pero ya no corremos detrás del mamut. Lo tenemos directamente a cachitos envasado en la nevera del súper. Mucho más higiénico, sin sangre ni vísceras y sin haber sudado para conseguirlo.
Ya que estamos, pasamos al pasillo de perfumería a por el champú y la mascarilla con las fragancias preferidas.
Ay, si nuestras antepasadas con sus pelos enmarañados, hubiesen podido disfrutar del placer de un buen lavado, tipo Meryl Streep en “Memorias de África” con cepillado posterior sin tirones.
Sin poder evitarlo, me siento una osa persiguiendo ese olor a pan recién hecho, que me lleva a la zona de panadería con marquesinas repletas de unos apetecibles procesados, con panes “de pueblo”, integrales o con pipas que los hacen más sanos para mi conciencia y cómo ignorar a esos curasanes que me miran sonriendo.
No se me puede olvidar el fregasuelos y el suavizante para la ropa, creo que ya está todo…
Mientras estoy en la cola de la caja, algo reclama mi atención. Una pequeña bolsita de colores que aumenta mi dopamina solo con imaginarme saboreando las gominolas con regaliz que, me ayudarán a subir mi justita tensión arterial.
Total, no fumo y apenas pruebo el alcohol, que mal le van a hacer a mi salud unas chuches que además, me van a subir también la serotonina. Siempre que mi microbiota no se entere cuando paseen por mi intestino.
Esto no va de recuerdos ni olores
Pero ¿Qué hace esta mujer contándonos su momento supermercado?
La vida pasa y seguimos la marcha de siempre, hasta que te encuentras con una publicación que te desenmascara la cantidad de porquerías que llevas en tu carro de la compra.
Desde hace unos años vengo escuchando referentes como Nicolás Olea, la Dra. Carme Valls o recientemente descubriendo el mundo limpio de Eva Liljeström. Disponemos de mucha información que no podemos dejar pasar.
¿Sabes lo que comes, lo que te pones en la cara o el recorrido de la ropa que te compras?
No pretendo neurotizar más el ambiente, tampoco podemos irnos a vivir a una isla desierta a comer cocos, pero aumentemos la consciencia para vivir mejor. La mayor parte de los materiales que nos rodean están repletos de componentes que, incluso, están prohibidos en otros países. Y aquí, más chulos que nadie, seguimos utilizándolos.
A no ser que hayas vivido en una selva recóndita como Tarzán, dudo mucho que no sepas ya lo nocivo que resulta el plástico para nuestras vidas. Y aún así, seguimos comprando alimentos envueltos en film o envasados en fiambreras de ese material. Que luego pasará a lo que tú comerás, así que, siento decirte, que por muy rico que esté ese procesado, estás restando velas a tus próximas tartas. O, por lo menos, estás empeorando tu calidad de vida futura por no elegir bien.
Ya tenemos bastante con los trocitos microscópicos que los pescaditos que comemos se tragaron mientras nadaban felices.
Disruptores y otros venenos permitidos
Cuando no había móviles, los “momentos wc” podían aprovecharse para leer los componentes de los botes. Ahora, en plena era digital, tras ser demonizados los parabenos, la industria se reinventó. Muchas marcas se sumaron al movimiento “Free”, sin comentarnos que simplemente sustituían la palabra prohibida por otra como Benzoato de sodio. Que a no ser que fueras química, no detectarías el engaño.
Nuestras antepasadas de la Prehistoria podían intoxicarse comiendo alguna planta venenosa, ahora, sabiendo la cantidad de fármacos, tóxicos y venenos que circulan a nuestro alrededor, se pasean por nuestro hígado y recorren nuestro organismo cual atracción de feria, no sé cómo no nos hemos extinguido ya.
Estamos ante una verdadera pandemia de cáncer, patologías autoinmunes, infertilidad, desórdenes tiroideos, niveles de inflamación crónica que quitan el hipo y los más peques no se libran, el aumento de trastornos del comportamiento, más allá de la idiotización por móviles en manitas demasiado inmaduras, o esas niñas con reglas precoces o dolorosas que usan más cosméticos que sus madres, y qué decir, de la aparición de alergias e intolerancias que alucinarían a nuestras abuelas.
Desde el bisfenol A que te bebes de las botellas de plástico, pasando por los restos de glifosato en tampones que acabaran en vaginas o los ftalatos del suavizante o del esmalte de uñas que acabarás respirando, no querría amargarte el día, simplemente, animarte a hacer pequeños cambios en tu entorno, yo ya empecé, no fué tan difícil, te dejo aquí uno de ellos, para descubrir más, te lo cuento en el siguiente artículo que vendrá con sorpresa.