Llegan las Fallas y huimos, desde el tren ya no se oyen, aunque en Madrid también haya petardos y petardas. Cambiamos las tracas por los sonidos de ambulancias, ruedas de maletas y metros que chirrían como articulaciones de anciano.
Dejamos una ciudad repleta hasta las lipotimias, y nos metemos en otra que tampoco duerme, con avenidas más grandes por donde puede correr el aire, aunque no negaré, esos momentos «enlatados» para tener presentes a mis amigas de blusón y pañuelo, asfixiadas en otro vagón más nuevo y silencioso pero allá en el Levante.
Imposible aquí no cantar en tu cabeza viendo las paradas: «Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal, … ¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?» Imagino a otro colchonero con bombín en sus tiempos mozos.
Días de desconexión, retraso de despertador, mesa puesta y cama nueva, que te acoge cada noche tras largas jornadas de paseos entre obras imperdibles, pero todo no iba a ser arte colgado en la pared, nos esperaba la mascletá de risas con todos los Carlos Latre que sacudieron el Apolo y la tarde se volvió colchonera; media familia se subió a la peineta, mientras la otra media disfrutamos de las mejores compañías.
Pasacalle alrededor de la catedral, cambiando el ramo de flores por la compañía de un mago con gafas que podrían oler a azahar.
Desde fuera imaginas lo que pasa, por el griterío que escapa como humo imparable, pero aquí no huele a pólvora.
En esta banda de música, la trompeta es una guitarra eléctrica y mi querido brother de Leganés nos acorta la espera actualizando las vidas no contadas.
En vez de falleras, aquí pasan camisetas y bufandas, la mayoría rojiblancas, con alguna señera valiente entre todas ellas.
Por el sonido de la disco móvil, parece que los nuestros perdieron y, lo siento por quienes palpitan en mi entorno con los ché, pero yo, en lugar de llorar, reboso de ilusión solo de pensar en el cierre en familia de la noche, con unas cervezas con el pirotécnic Cano que nos dejan un regustito como el de una horchata mixta con fartons.
Aunque sigue sin gustarme el fútbol, otro gallo cantaría si hubiéramos perdido contra «el inmaculado», para mí, más bien, el lado oscuro.
Volviendo a la terreta, aún estarán en pie los monumentos que inocentes, desconocen su final, pero yo me llevo de los Madriles, mis ratitos con los 3 mosqueteros rojiblancos: More, Jesús y Juan luis, tan grandes como cercanos, que te dejan esa entrañable sensación de conocerlos toda la vida. Gracias queridos.
Acabo de darme cuenta, de que llevo a una colchonera muy grande en mi bolso, de nombre Almudena, que entenderá que no la abriera en el tren, escribiendo algo sobre un partido que habrá visto desde otro palco.
En esta ocasión has cambiado el ruido de los petardos y olor a pólvora de Valencia, por otros más mecánicos, como el del tráfico rodado y la gran boina de polución que arropa la gran ciudad, el caso es cambiar de ambiente y si encima disfrutas del humor de Carlos Latre, eso ya es lo mejor.
Gracias Lola, sí, los cambios de aires son recomendables y si hay humor, mejor.